Entre las rosas

Tras la charla con Amelia me sentía confuso conmigo mismo y con todo lo que me rodeaba. Había abierto una puerta a los recuerdos que me daba miedo traspasar. Salí a los jardines a la espera de aire fresco. Una presencia cercana hizo que mi cuerpo se alertase de forma instantánea. Sin embargo, se relajó al instante al comprobar que no era otra que mi preciosa Lunne. Su angelical imagen me hizo sonreir ampliamente.

Me acerqué, con la sonrisa dibujada en mis labios aún y me incliné ligeramente sobre ella, tapándole la luz de la luna.
-Bonita noche, ¿no le parece? Quizás debería hacer lo mismo que usted. Parece muy cómoda.-bromeé.

Me moría por sentir sus labios contra los míos, y cada vez con más urgencia. Me senté junto a ella y olí una de las rosas sin apartar mis ojos de los suyos.

El olor de la sangre seca llamó mi atención, además ella trataba de ocultarlo. Cogí su brazo y lo extendí ante mí.
-¿Qué ha pasado, señorita, habéis jugado demasiado con las rosas?-sonreí.

Poco a poco acerqué su brazo hasta mi boca y lamí la sangre lentamente.
-No queremos que Vania se preocupe, ¿verdad? Ya no hay pruebas.-comenté sonriendo. No es que Vania fuera a preocuparse, pero necesitábamos alguna especie de excusa para nosotros mismos. Al menos yo la necesitaba.

Ahora que estaba seguro de que ella quería que yo la besase, sentía la mirada de Vania clavada en mi nuca aunque sabía que ella no estaba allí. Miré sus labios y sentí que los míos se curvaban en una sonrisa algo temblorosa debido al ansia y a la urgencia de sentir los suyos de mi propiedad.
-Entonces..considera que usted tiene el control de la situación.-Afirmé más que preguntar.

La recosté sobre la hierba despacio. Acaricié su mejilla primero. Luego sus labios, dibujándolos con la yema de los dedos. Me detuve un par de segundos en ellos. Bajé por la curvatura de la mandíbula hasta alcanzar el cuello. Sonreí y la arañé. Un finísimo reguero rojo corrió hasta su escote. Mi sonrisa se hizo más amplia. La miré a los ojos.

Rocé una de sus manos con mis labios y la mordí con suavidad. Había creído que yo la fascinaba a ella, como siempre ocurría. Había creído que yo decidiría cuando y cómo, que todo seguiría las normas que yo dictase. Pero ...
Me incliné más sobre ella y probé por segunda vez aquel irresistible licor carmesí. Me sentía abrumado por la doble de sensación de saber que mi boca estaba sobre su perfecta piel y de, por otra parte, imaginárme a mí mismo haciéndolo como si pudiese verlo desde fuera de mi cuerpo.

Pasé la mano por su cuerpo, siguiendo el contorno de su figura. Luego acaricié su mano y la entrelacé con la mía, apretándola con algo de fuerza. Desgarré ligeramente un poco de piel de la mano que tenía libre y con mi propia sangre pinté sus labios ya rojos de por sí.

-Muerde.-gemí, con la voz ya ronca.-Hazlo.

Ronroneé de puro placer sin apartar mis ojos de los suyos. Aparté mi brazo de sus encarnados labios y lamí la sangre que los bañaba, encontrándome por un segundo con su ávida lengua que trataba de hacer lo mismo.
-¿Quieres...?-susurré al tiempo que la obligaba a alzar la cara, dejando su pálido cuello al descubierto. Listo para mí.

Cogí una rosa de las que nos rodeaban y comencé a arrancar los pétalos uno tras otro, dejándolos caer sobre el pecho de Lunne. Mi mano sangró a causa de las espinas, de modo que también gotitas rojas caían ahora sobre la piel. La visión del rojo sobre el blanco me excitó, haciendo que mis colmillos sobresaliesen más. Los clavé en su cuello. Luego, la besé por fin.