La última cena.

La solté cuando traspasamos las puertas de la mansión, cerré tras ella y avancé hasta el salón sirviendo dos copas.
-Aquí tienes.-dije tendiéndole una.

Me senté en su sofá y tiré de ella para que se sentase a mi lado.
-Venga, Vania, no es para tanto.-dije a modo de consuelo dándole unas palmaditas.

-Oh, conseguirás que me emocione.-dije de forma teatral.

-No, claro que no me lo tomo en serio. Si lo hiciese esto pareceria un entierro. Además, quién te dice a ti que no nos volvamos a ver dentro de un par de siglos.-contesté acercándome a ella.

-Sí. Además, siempre que esté cerca vendré a visitaros.-prometí.

Aparté un poco mi camisa y con mi uña dibuje una cruz sobre mi piel.
-Lo prometo.

-Aplazaré mi marcha un par de días, ¿deacuerdo?- suspiré.

-Un par de días-repetí.

-No. Te lo he dicho a ti porque es tu casa, no quiero que nadie lo sepa.

-Respeta mi decisión o me iré ahora mismo.-advertí.

-Dime, Vania, ¿te he hablado alguna vez de mi casa?-pregunté tratndo de distraerla.

-Pensaba que sí... Adoro esa casa. Se trata de una destartalada mansión victoriana, todavía hermosa en su decrepitud. Ya sabes, una de esas propiedades caras que fueron el orgullo del pueblo hasta que las mansiones chabacanas de los nuevos ricos y el tiempo erosionaron su grandeza.-expliqué.-No obstante, observada desde mi perspectiva posee un gran carácter: una estructura formidable aún, cubierta de hiedra, con imponentes gabletes...-hicé una pausa de forma inconsciente.

-No lo creo. La echo mucho de menos pero, me he acostumbrado a la compañía, si regresase allí ahora mismo se me caeria encima. No. Primero vagabundeare un poco y si no encuentro a nada ni a nadie que me convenza regresaré allí y me encerraré un par de años.-dije más para mí que para ella.
Continué pensando en mi casa, mi hogar. En los miradores apoyados sobre ménsulas hornamentadas, en los ventanales de arco apuntado con vidrieras. Siempre había pensado que la meticulosidad de detalles de manposería parecía sacada de un cuento de hadas gótico.