Cerré la puerta y un alarido rasgó mi garganta. Enfurecido caminé hasta el baño. Golpeé el espejo con fuerza, notando como los cristales se incrustaban en mi piel. Tomé entre mis manos los pedazos que habían caído sobre el lavabo y cerré con fuerza los puños. El dolor apaciguó levemente mi enfado. Las gotas carmesí resbalaron por mis brazos. Me dejé caer hasta el suelo.