Tomé el pincel en mi mano y comencé a esbozar lo que sería el paseo. Mientras iba tomando forma, recordé los matices que usaría para retratar el amanecer del hermoso lugar. Tonos cálidos y alegres, que hacía tiempo que ya no usaba. Imaginé cómo la luz del sol se reflejaría sobre el mar, y el lugar se llenaría de sombras y colores. Amaba la facilidad con la que conseguía plasmar lo que sentía.
Pasado el tiempo, una vez terminado, desvié la mirada hacia la luna.
Un encargo era un encargo. Vania ya tenía su pintura. Suspiré.