Conversando.

Llegamos al acantilado.
-¿Qué le vez?-pregunté tras hacer todo el camino en silencio.

-Repulsivo, pelota, falso.-la corregí.-No, no me iba a reír. Tenía pensado vomitar...-

-Eso lo digo porque es la verdad.-volví a corregirla.-Mi odio hacia tu perro aquí pasa a un segundo plano, querida.

Hice una mueca de profundo asco aprovechando que no me veia.
-Dejemos a tu fiel can a un lado.-sugerí.-¿Por qué ha vuelto tu "papi"?.

Genial. No era una visita paternal temporal, era definitiva. Gruñí en voz baja.
-Mira que bien.-respondí entre dientes.

-Claro que me molesta.-refunfuñe en voz muy baja.- Ya lo sé, no jodas si no quieres ser jodido. Muy sencillo.- añadí en voz más alta.

-Los demás no sé, pero no es algo que tenga intención de aplicarme.-repliqué.

-Que ganas tengo de que llegue ese momento...-murmuré.- En todo caso preocupate por él, no por mí.

-¿Y te piensas qué yo no soy más de lo que aparento?-pregunté divertido.

-Mira Vania, si se lanza encima mía me defenderé. Asi que mantente al margen porque ni se te pase por la cabeza que me voy a dejar pegar solo porque tú te cabrees si toco a tu mascota.- respondí muy serio.

-Como si nos separá el Santo Padre, me da igual.-sentencié.

Me encogí de hombros.
-No tengo demasiadas ganas de dejar la fase de los insultos, sinceramente.-respondí como si estubiesemos hablando del tiempo.

-Creeme de pasarme todo el día insultandole acabaría por repetirme. Mi imaginación también tiene sus límites.- contesté sonriendo ante el despliegue de insultos que se habia formado en mi cabeza.