Habitación de Caleb

Acerque mi boca a la zona anterior a su oido y le di un fugaz beso.
-Descubrelo por tí mismo.-susurré en su oido. Inmediatamente despues me separé para poder seguir viendole la cara.

Apreté los dientes y le miré fijamente con seriedad.
-Entonces no la habrá.-respondí. No esperé respuesta, volví a besarle. Esta vez dejando a un lado la dulzura.

Me la quité de un tirón y pasé a quitarle la suya. Una vez lo conseguí arañé su espalda. Recorrí la curva de su mandívula hasta llegar a su cuello mordiendole.

Fruncí el ceño ante el tirón y regresé a sus labios amortiguando contra ellos un gemido. Mis manos siguieron deslizandose por su espalda hasta que toparón con sus pantalones y regresarón delante buscando la hebilla del cinturón.

Sonreí.
-Me resulta dificil de creer.-respondí. Me dejé atar sin oponer resistencia alguna.

Mi calma y mi excitación eran claramente visibles. Le besé entre el pelo mientras intentaba disimuladamente soltarme. El nudo estaba perfectamente apretado, tanto que me resultaba imposible soltarlo con la posición que tenian mis manos. Suspiré a modo de rendición, jugariamos.

Intenté alargar el beso al tiempo que un jadeo se escapaba de entre mis labios.

Me acomodé en mi asiento comosi no pasase nada. Obviamente estaba molesto, muy molesto, pero no le iba darle el gusto de ver que habia conseguido lo que queria.
-¿Quieres tu lazo o puedo romperlo?-pregunté mirando por encima de mi hombro mis manos atadas.

Con sumo cuidado saqué una mano y luego otra.
-Gracias- respondí mientras recogia mi camisa del suelo y me la volvia a poner.

-Ya...-gruñí ladeando la cabeza hacia el lado contrario a él. Comencé a abrochrme los botones con parsimonia.

Abroché los puños de la camisa y dejé caer los brazos a ambos lados a la espera de que terminase.

Me coloqué un poco el cuello y planché la camisa con mis manos.
-Gracias.-dije mientras lo hacia. Revolví un poco mi pelo y le miré.

Crucé el cuarto en dos zancadas, le aparté de la puerta rodeandole con mis brazos y apoyé mi espalda contra ella. Nuestros cuerpos a penas se tocaban, excepto por mí rependino abrazo.
-No me has dejado juzgar.- le recordé dejando entrever un poco mi mal humor.