Habitación de Vincent.

Ya tenía conmigo mi querido cello. Dejé que reposase sobre una silla que había en una esquina y me deje caer en la cama.

Suspiré. Como fuese Amelia para quejarse o gruñirme o sabe dios qué, la degollaba. Ahora no me apetecía aguantarla. De muy mal talante, me incorporé y fui a abrir, sin preocuparme por mi aspecto.

Parpadeé, sorpendido.
-Buenas noches, señorita Lunne.-Recordé mi aspecto: mi camisa abierta y mi pelo un tanto alborotado. Me recogí el cabello con una cinta y procedí a abrochar uno por uno los botones de mi camisa.

Me aclaré la garganta y dejé de comérmela con los ojos durante al menos unos segundos para civilizarme.
-¿Desea pasar?-pregunté con tono neutral.

-Es una extensión de mí.-comenté, mirándolos a ambos. Qué bellos, uno cerca del otro. Deseé que lo tocase, que pasase su delicada mano sobre la madera, podría imaginar que con eso me estaba tocando del mismo modo a mí.- ¿Qué la ha traído a hacerme esta agradable -deseada, dije para mis adentros- visita?

-Adelante, por favor.-sonreí de modo más atrevido del que pretendía.- Es un objeto de anticuario. Del Renacimiento. Lo obtuve tras...-recuerdos de aquella velada me acorralaron. Me senté al borde de la cama y los espanté- perdón, decía que lo obtuve tras mi primer concierto. Un regalo de mi mecenas.

Suspiré y contesté un ´´ahá´´ de tono sospechosamente animado. Clavé mis ojos en ella y la invité a tomar asiento.

-...Qué coincidencia. Supongo que la matriarca no se opondrá a que lo hagamos.-La miré y reprimí mis ansias por tocar su piel- A que toquemos.

Apoyé mi mano sobre la de la joven y me acerqué un poco más, midiendo la distancia entre nosotros.
-Creo notar que hay algo en mí que la sorprende o ...fascina, si me lo permite.-sonreí y la miré a la espera de una respuesta. Había notado en el salón miradas que corroboraban mis palabras.

Reí suavemente. Su inocencia hacía crecer mi atracción por ella hasta alcanzar límites insospechados.
-Y...¿qué le parezco? No la habré decepcionado como especimen de varón...-sonreí y traté de que me mirase a la cara de nuevo.

-Debe saber, señorita, que no me he presentado como hubiera gustado ante usted- dije arrastrando las palabras y cogiendo su mano para llevármela fugazmente a los labios.- Soy todo un caballero.- sonreí, eso me sonaba falso hasta a mí.

-Estoy a sus pies, señorita. A su entera disposición.-Solté ya su mano y mi sonrisa se hizo mas amplia al tiempo que reparaba en su corsé. ¡Cuánto me encantaban los corsés! Casi parecia un sacrificio soportable el deshacerme de mi ropa habitual si a cambio obtenía ese tipo de recompensas visuales.

-Dispuestas a satisfacerme. Créame que no olvidaré sus palabras.-Comenté, sonriendo aún.